Artículo | Por Patricia Adrianzén de Vergara

La tregua de Dios para el mundo

Reflexiones a propósito de la novela La tregua del escritor Mario Benedetti

¿Alguna vez sintió a Dios como su enemigo? ¿Lo culpó de los sinsabores y dolores que le tocó experimentar en esta vida? ¿Se sintió tentado de acusarlo de indiferencia e insensibilidad? ¿Pensó en él como un Dios castigador?

Las reflexiones filosóficas de La Tregua, novela del uruguayo Mario Benedetti, de profundidad emocional y humana, nos desafían a una respuesta teológica. Esta novela se publicó en el año 1960, tuvo más de cien ediciones y fue traducida a 19 idiomas.

La Tregua es una novela que adopta la forma del diario personal de un hombre de cincuenta años, próximo a jubilarse que rememora su pasado y avizora a la vez un futuro desprovisto de toda ilusión. Martín Santomé, es un oficinista deprimido, conformista, padre de tres hijos quien quedó viudo a la edad de veintiocho años. Tiene una vida gris sin perspectiva, y lucha contra el tedio, la soledad y el paso del tiempo.

Su vida mediocre y sin brillo lo lleva a resignarse a un futuro aún más monótono sin ninguna ilusión. Se llega a preguntar: “¿Estaré reseco? Sentimentalmente digo.” (pg 47) . Otro día registra en su diario “Hoy fue un día feliz, solo rutina. (pg 11)

Sin embargo, en este panorama gris irrumpe una luz inesperada. Unos meses antes de su jubilación conoce a Laura Avellaneda, una muchacha joven que por la edad podría ser su hija. Martín Santomé se enamora de ella y para su sorpresa llega a ser correspondido. Él, que ya no esperaba nada de la vida revive en una etapa dichosa pero breve: “Tengo que asirme desesperadamente a esta razonable dicha que vino a buscarme y que me encontró”, (pg 136) concluye en sus pensamientos. El amor lo hace renacer.

Pero inesperadamente, cuando venciendo sus propios prejuicios espera pedirle matrimonio, la muchacha muere. Entonces la vida de Martín Santomé vuelve a oscurecerse y para el personaje “Dios vuelve a ser la todopoderosa Negación de siempre”.

Varios críticos literarios han visto a Martín Santomé como la personificación del estado de la clase media uruguaya de su época, carente de perspectivas, ideales y valores. El tema social sería el marco referencial.

Sin embargo, en el presente artículo pretendo abordar la dimensión humana del personaje, que batalla con la soledad, la viudez, las dificultades en sus relaciones con los hijos, la rutina del trabajo, el tiempo, la jubilación y otras cosas en un mundo opaco, sin luminosidad. Que se debate entre el tedio y finalmente en la desesperación.

Como lo describe su hija; “Creo que vos te resignaste a ser opaco y eso me parece horrible, porque yo sé que no sos opaco, por lo menos, no lo eras” (pg 19)

Cabe destacar que Santomé enfrentó la muerte de las tres mujeres más significativas de su vida. La de su madre, que produce en su corazón una ira contra Dios. Y la muerte prematura de las dos mujeres que amó su esposa Isabel quien fallece al dar a luz a los 26 años y su amada Laura Avellaneda que muere repentinamente a los 24 años de edad. Estas dos últimas muertes lo aniquilan. Esto influye en su carácter pesimista y en el sentido fatalista que emana de sus palabras.

Nos interesa especialmente en el análisis temático de esta novela el elemento de la fe. El vacío existencial que manifiesta el personaje y los conceptos de Dios que llega a expresar.

En un principio para el personaje Martín Santomé, Dios es una duda, una incertidumbre:

“Francamente no sé si existe Dios. A veces imagino que en el caso de que Dios exista, no habría de disgustarle esta duda. En realidad, los elementos que él
(¿o Él?) mismo nos ha dado (raciocinio, sensibilidad, intuición) nos son en absoluto suficientes como para garantizarnos, ni su existencia, ni su no existencia. Gracias a una corazonada puedo creer en Dios y acertar, o no creer en Dios y también acertar. ¿Entonces? Acaso Dios tenga un rostro de croupier y yo solo sea un pobre diablillo que juega a rojo, cuando sale negro y viceversa”. (pg 33)

En esta perspectiva Dios está relacionado con los juegos de azar, lo imagina “con un rostro de croupier.” Se puede acertar o no acertar acerca de su existencia.

Y si Dios es realmente el Hacedor y existe está lejano y no entable ninguna relación con el ser humano:

“Dios si existe, debe estar allá arriba haciéndose cruces. Avellaneda (oh, ella existe) está acá ahora abajo abriendo los ojos.” (Pg 103)

En las reflexiones finales de la novela es donde se revela más claramente el concepto de Dios, con el cual tal vez muchos se hayan identificado en algún momento de crisis. En su hundimiento emocional y en su amargura, el personaje expresa la tensión teológica o su batalla personal con Dios. Dios es quien da el sentido trágico a la novela pues es él quien determina el fin de la dicha pasajera del personaje:

“Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más”.

¿Por qué Benedetti plantea una “tregua” como meollo y desenlace de su trama?

Una tregua es la suspensión de armas, cesación de hostilidades, por determinado tiempo, entre los enemigos que tienen rota o pendiente una guerra. Es un período de intermisión o descanso hasta que vuelva a comenzar la batalla. De allí que el título que Benedetti eligiera para su novela, se revela tan significativo. El hombre que siente que un Dios tirano le ha trazado un destino fatalista del que no puede escapar y que solamente le concede “una tregua” para luego seguir atormentándolo. La novela plantea así la imposibilidad de la dicha y del conocimiento de un Dios que se preocupa y ama a los hombres:

“Si Dios es la Totalidad, la Gran Coherencia, si Dios es sólo la energía que mantiene vivo el Universo, si es algo tan inconmensurablemente infinito, ¿qué puede importarle de mí, un átomo malamente encaramado a un insignificante piojo de su Reino?

La visión antropológica de Benedetti es un ser humano al que Dios dotó de raciocinio y sensibilidad, pero está sujeto a un destino inexorable. Transmite una visión fatalista de la vida. Por otro lado, si Dios es real está lejano. No hay una relación con el hombre. Se puede aceptar su existencia, pero se pone en duda su amor por la humanidad:

“Yo necesito un Dios con quien dialogar, un Dios en quien pueda buscar amparo, un Dios que me responda cuando lo interrogo, cuando lo ametrallo con mis dudas. Si Dios es la totalidad, la Gran Coherencia, si Dios es sólo la energía que mantiene vivo el Universo, si es algo tan inconmensurablemente infinito, ¿qué puede importarle de mí, un átomo malamente encaramado a un insignificantemente piojo de su Reino? No me importa que Dios esté a mi alcance, me importa asirlo, no con mis manos, claro, ni siquiera con mi razonamiento. Me importa asirlo con mi corazón. (pg 110)

Esta lejanía e indiferencia de Dios, se trasmutará en desasosiego y desesperanza cuando el personaje culpa a Dios de todas sus desgracias. Dios ya no es solamente esa presencia poderosa indiferente y lejana sino el enemigo. El responsable de los males de este mundo.

“Alguien había venido y había decretado: Despójenlo a ese tipo de cuatro quintas partes de su ser. Y me había despojado”. (pg 151-152)

Si bien es cierto la Biblia habla de enemistad entre Dios y el hombre por causa del pecado (Romanos 3:23), no revela a un Dios insensible, lejano e indiferente. Por el contrario, Dios se revela a sí mismo como ese Dios de amor que se acerca al hombre y toma la iniciativa de la reconciliación:

“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”. (2 Corintios 5:18-19)

La verdadera tregua que Dios le da al mundo no es un tiempo limitado de dicha para seguir castigándolo y atormentándolo nuevamente. Dios nos concede una tregua sí, pero una tregua ilimitada de misericordia y gracia a través de su hijo Jesucristo (Juan 3:16).

Filipenses 2:5-8 registra que fue Dios quien se despojó, quien se vació a sí mismo para encarnarse y venir a este mundo en rescate de su humanidad.

La “tregua” de Dios para el mundo, en su real significado, la anunciaron los ángeles la noche que nació Jesús: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14) Jesús nació con un anuncio de paz, no de guerra.

En la tregua divina que tenemos a nuestro alcance es Dios quien se sacrifica (Isaías 53:4). Es Dios quien experimenta el dolor (Isaías 53:5). Es Dios quien paga el precio de la paz (Isaías 53:5). Es Dios quien carga con los pecados del mundo (Isaías 53:6). Es Dios quien se lleva las enemistades. Y es Dios quien propone la reconciliación. Es Dios quien busca al hombre para darle vida abundante y eterna.

Frente a esto, la desesperanza de las palabras de Benedetti en boca del personaje Martín Santomé tienen respuesta: “Yo sé que él es una lejana soledad, a la que no tuve ni tendré nunca acceso. Así estamos, cada uno en su orilla, sin odiarnos, sin amarnos, ajenos”.

Esta reflexión expresa un grado de tensión entre Dios y el ser humano. Los desencuentros del hombre con Dios ajenos el uno al otro. La experiencia subjetiva del personaje puede estar revelando la experiencia de otros tantos que en la vida real sienten la misma frustración y tienen las mismas interrogantes frente a las circunstancias adversas, las crisis, la soledad, la falta de perspectiva y motivación en la vida, el cierre de las etapas y la muerte.

Sin embargo, en el peor momento de su vida Santomé escribe: “Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío”.

Es el clamor angustioso de la humanidad frente al desconcierto de la muerte, el dolor, el vacío que confirma la necesidad del ser humano de creer en Dios y asirse de él.

Dios no es ajeno al dolor de la humanidad, ni quiere que nos mantengamos al margen del sacrificio de Cristo a favor de la humanidad. El trazó el camino de la reconciliación con el hombre, a través de Jesús: una tregua de eterna paz a nuestro alcance.

Noviembre 2005