Artículo | Por Patricia Adrianzén de Vergara

La novela del dictador, un grito de audacia en la literatura latinoamericana

“Algunas veces se dice que no se le puede confiar al hombre el gobierno de sí mismo. ¿Puede entonces confiársele el gobierno de los demás? “

Thomas Jefferson

Desde hace algunos años hablamos de democracia en América Latina, pero las crisis que afrontan nuestros países nos llevan a preguntarnos si verdaderamente la vivimos. ¿Las democracias corruptas son verdaderas democracias? Lo cierto es que la figura del dictador corrupto ha emergido desde nuestros pueblos, porque como dice la cita con la que iniciamos esta reflexión, “no puede confiársele el gobierno de los demás a quien aún no ha aprendido a gobernarse a sí mismo”.

La literatura latinoamericana en el siglo XX, ha producido textos audaces y políticamente agudos en respuesta a la corrupción y al abuso de poder. La ficción histórica ha creado un sub género, denominado “la novela del dictador”. Obras que retrataron el poder autoritario, la corrupción, la violencia y la manipulación asociados con los regímenes dictaturales. Este tipo de novela surge en el contexto de las dictaduras militares que dominaron varios países de América Latina durante la segunda mitad del siglo XX, especialmente entre las décadas de 1960 y 1980. Las dictaduras en países como Argentina, Chile, Perú, Uruguay y Colombia, entre otros, se vieron reflejadas en la literatura a través de estos relatos.

Algunos títulos de este estilo temático son El Señor Presidente de Miguel Angel Asturias (obra que lo llevó a obtener el premio Nobel en 1967) quien afirmaba que: “la novela es el único medio de hacer conocer al mundo las necesidades y las aspiraciones del pueblo al que pertenece”. Fenómenos como el terror, el miedo, el servilismo, componentes de una dictadura están muy bien expresados en El Señor Presidente, Asturias intentó despertar la conciencia del pueblo, satirizando y denunciando los poderes despóticos.

Otras obras de este género son: El reino de este mundo de Alejo Carpentier, La sombra del Caudillo de Luis Martín Guzmán, La fiesta del Chivo y Los Reyes, de Mario Vargas Llosa. El Yo supremo de Roa Bastos, La fiesta ajena de Ricardo Piglia, El otoño del Patriarca de Gabriel Garcia Márquez. El sueño de los héroes de Adolfo Bioy Casares.

Las raíces más profundas de los pueblos hispanoamericanos están reflejadas en estas obras, cuyos escritores intentan despertar la conciencia universal de libertad de las naciones partiendo de las necesidades y las aspiraciones de los pueblos que a través de los años han sido explotados por algún tipo de dictadura.

En la novela del dictador, se presentan las figuras de estos líderes omnipotentes que ejercen su poder de manera absoluta, a menudo con un carácter obsesivo, paranoico y cruel. La narrativa no solo se centra en el dictador, sino también en las víctimas de su régimen y en los efectos sociales y psicológicos que genera la dictadura.

Aunque estas novelas fueron escritas tomando como referencia personajes reales en cierto espacio y tiempo definidos, son obras que mantienen una vigencia y tienen universalidad en América Latina y en todos los lugares donde hay dictadura. Terminan siendo una metáfora de la lucha contra el autoritarismo y tal vez el grito más audaz de protesta que se levanta.

Como hemos señalado muchas de esas obras literarias tienen un sustento histórico y nacieron de experiencias del pasado de Dictaduras personales. Pero luego hemos tenido que enfrentar Dictaduras Institucionales, como menciona el crítico uruguayo Ángel Rama, en una entrevista. Quien falleció prematuramente en el año 1983, y no tuvo tiempo de ver las dictaduras institucionales corruptas que han abatido a Latinoamérica en este nuevo siglo y que en cierta medida él premonizó.

Esos sistemas autoritarios que se organizan a través de una estructura de instituciones formales que consolidan el poder y perpetúan el control, aunque sin una figura central como en las dictaduras personalistas. Si bien estas dictaduras pueden parecer más organizadas y tener una fachada de legitimidad, siguen siendo regímenes autoritarios en los que el poder real está concentrado en pocas manos y donde la oposición y la democracia son sofocadas.

¿Dictadura en la Biblia?

Si bien es cierto “la mayoría de los gobiernos comienzan por la ambición de un príncipe que codicia gobernar, pero la monarquía de Israel comenzó por la ambición de un pueblo que codició ser gobernado”. La historia bíblica registra el momento en que el pueblo de Israel desechó el gobierno directo de Dios y pidió un rey que los gobierne pues querían ser como las otras naciones:

“Entonces todos los ancianos de Israel se juntaron y vinieron a Ramá para ver a Samuel y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones…y Samuel oró a Dios” (1 Sam 8:4-6)

Resulta interesante que la primera respuesta de Dios a este pedido del pueblo es decirle a Samuel que les advierta “cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos”, cuan duras habrían de ser las condiciones de la monarquía (1 Sam 8:9) pues Dios ya sabía los efectos del poder en el corazón del hombre:

“Dijo pues: Así hará el rey que reine sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día. Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel y dijo: No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras”. (1 Sam 8:11-20)

El pueblo se obstinó en su demanda. Ellos querían un rey con pompa exterior y poder ostentoso. Indirectamente era una queja contra el gobierno y el honor de Dios. El régimen de Israel había sido hasta entonces una teocracia, un gobierno divino. Los jueces recibían directamente de Dios su llamamiento y su comisión y los asuntos de la nación estaban bajo la dirección de Dios. Las cosas cambiarían con la monarquía como lo comprueba el largo historial de reyes que gobernaron bajo sus propios principios y cedieron ante la corrupción del poder, conforme al modelo de los reyes de las otras naciones. La historia comprueba también que la degeneración moral del monarca influía directamente en la prosperidad de la nación.

Muchos sistemas y regimenes se han sucedido desde entonces. Las libertades básicas y los derechos humanos han sido constantemente violados. Lo cierto es que no podemos confiar ni en el sistema. Tal vez ya no es aceptado el dictador prototipo pero se sigue pensando que la solución es que nos gobierne un hombre que muestre “la mano dura”. ¿Seguimos eligiendo entre democracias corruptas y dictadores corruptos? James Madison dijo: “La esencia del Gobierno es el poder; y el poder, radicado, como debe estarlo en manos humanas, siempre estará expuesto a ser empleado para abusar”.

Estamos a las puertas de un nuevo periodo presidencial. La incertidumbre, la decepción y la frustración, nos llevan al pesimismo, tal vez a imaginar que pronto seremos los protagonistas de otra novela del dictador y que no podemos dar un grito más audaz. Pero sí hay esperanza. Hay esperanza porque la Biblia habla de un Dios soberano “que quita y pone reyes”. Porque tenemos la convicción que finalmente Dios es el rey de la historia. Y mientras esperamos la instauración del único gobierno justo, de paz y equidad cuando Cristo regrese por segunda vez, tenemos la responsabilidad de ser la sal y la luz de la tierra. Siguiendo su ejemplo y recordando su enseñanza de vida:

“Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir, y dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:42-45). ¡Jesús el rey de Reyes y Señor y de señores, la antítesis del Dictador!