Artículo | Por Patricia Adrianzén de Vergara
Entre la lucidez y el conformismo
A propósito de la novela Ensayo sobre la lucidez de José Saramago.
¿Alguna vez sintió la tentación de votar en blanco? ¿Llegó tan decepcionado a ese instante crucial sin poder tomar una decisión? ¿Tal vez ejerció su derecho al sufragio, pero no pasó mucho tiempo antes que se arrepintiera de su elección? ¿O sintió que no le quedaba otra opción sino sencillamente la de votar por el menos malo?
Creo que todos experimentamos indecisión electoral en algún momento, tanto aquellos que llevamos ya un tiempo considerable ejerciendo nuestro derecho ciudadano como los que recién empiezan a hacerlo. Cuando estamos a las puertas de un proceso electoral, los partidos y las alianzas políticas se abocan a la tarea de acribillarnos de promesas y publicidad y los medios de comunicación no solamente se limitan a darnos a conocer las distintas opciones (en una ocasión tuvimos ¡24 candidaturas presidenciales!) sino muchas veces contribuyen también a manipular la opinión pública, a desmitificar ídolos, a derrumbar a algunos y endiosar a otros. No se sienta culpable si se sintió confundido, si se le hizo muy difícil tomar una decisión. En el presente artículo intentaremos reflexionar sobre la trascendencia de ejercer un voto de conciencia.
Hace poco leyendo Ensayo sobre la lucidez una de las novelas de José Saramago que más revela una clara intención ideológica, llegué a la conclusión que una de las cualidades que más requerimos justamente frente a un proceso electoral es la lucidez. Saramago en su ficción crea una situación inusitada: plantea que durante las elecciones municipales de una ciudad anónima el 70% de los habitantes votaron en blanco. Así invita a sus lectores a cuestionar las estructuras de autoridad y el verdadero significado de la libertad en una sociedad que, aunque parece democrática, está lejos de serlo.
En la trama de la novela las autoridades entonces deciden darle a la población “una segunda oportunidad” pero contra todo pronóstico en una segunda vuelta electoral el porcentaje de votos en blanco aumenta al 83% dando lugar a un terremoto político. ¿Se imagina usted el desconcierto de las autoridades y de los partidos y personas que pugnaban por el poder? La trama de Saramago revela los intentos nada justos del gobierno por descubrir y socavar una supuesta revolución que podría tener sus raíces aún en el extranjero y que amenaza la supuesta democracia. Saramago describe las oscuras estrategias que el presidente de la república y sus ministros ponen en práctica por encontrar y castigar a los culpables o gestores de la supuesta revolución, y al no hallarlos se los inventan y terminan asesinando a inocentes. Lo particular del relato es que en realidad no había ningún culpable, ningún gestor revolucionario, sino que la decepción, la incredulidad, el hartazgo y todos aquellos sentimientos que surgen como consecuencia de un gobierno cuyo enfoque no es el bienestar del pueblo, habían llevado a los ciudadanos a ejercer libre e independientemente su elección. Ciertamente en la actualidad las naciones estamos muy lejos del modelo de prosperidad, paz, justicia y progreso que Dios dejó en su palabra dejando a su pueblo estatutos y decretos que contribuirían al bienestar de su pueblo como nación. (Deuteronomio 4:1-8)
¿Puede la realidad superar a la ficción?
Luego de leer la novela pensé que la ciudad ficticia de Saramago podría ser cualquiera de nuestras ciudades latinoamericanas. Países que luchan por mantener una “democracia” que en muchos casos es ficticia. Pues no solamente en nuestro país suceden cosas como que un ex presidente cuya corrupción e inmoralidad han sido comprobadas vuelva a postularse (aunque en el Perú tenemos dos), que personas por su fama lleguen al parlamento con un multitudinario apoyo, que hayan tránsfugas que se suben al coche de turno, que se juramente “por el Perú y por la plata”, que dos congresistas se reten a duelo, que otros se agarren a golpes, que aparezcan hijos “ilegítimos” reclamando sus derechos en la puerta del Congreso, que se pierda el tiempo discutiendo leyes tan banales como el uso de la minifalda o el apoyo a los chamanes, que hayan parlamentarios que están siendo juzgados por violación a menores de edad, que se cierren “sesiones” donde se hubiese discutido asuntos de verdadera trascendencia para el país por ausentismo o impuntualidad, que se rompan alianzas políticas que parecían indestructibles por claros personalismos, que quienes se “juraron amor eterno” para llegar al poder terminen gritándose improperios frente a las cámaras de televisión. Que seamos testigos pasivos del enriquecimiento ilícito de “muchos padres de la patria”. Que en los últimos 30 años el Perú haya contabilizado seis presidentes acusados de corrupción. Y lo que es peor de la violación de los derechos humanos.
A todo esto se ha añadido la polarización política en Perú en los últimos años ha alcanzado niveles extremos. La confrontación entre sectores de izquierda y derecha ha fracturado a la sociedad, amplificando las tensiones en torno a temas como la corrupción, la justicia social y la gobernabilidad. La inestabilidad política ha generado un ambiente de desconfianza, donde los actores políticos parecen más centrados en la lucha por el poder que en buscar soluciones a los problemas estructurales del país. Este clima ha afectado tanto el desarrollo económico como agudizado los problemas sociales, polarizando aún más a una población que ya está profundamente dividida.
Pero la decepción que todos experimentamos, no debería ser el móvil de nuestras decisiones. Nuestra participación es importante, nuestra reflexión debiera ser profunda y consecuente. ¿Pero cómo lograr una reflexión que nos lleve a tomar una decisión coherente frente al afán electorero, a los personalismos y ambiciones de poder? ¿Cómo creer en alguien o en algún partido político frente a la tremenda ola de corrupción que se levanta sobre nosotros? ¿Cómo saber si el candidato que decidimos apoyar ni bien llegue al poder no se olvidará de sus promesas? ¿Cómo discernir la demagogia política?
Orando por un voto de conciencia
Si bien es cierto, no podemos prever los resultados ni responsabilizarnos por las malas acciones de los demás, sí podemos esforzarnos por conocer quienes son las personas que se postulan, cuáles son sus propuestas, cuál su trayectoria, si están capacitados o no para asumir los roles que persiguen.
Ciertamente deberíamos preocuparnos en saber si hay un respaldo de vida moral en los candidatos que se postulan. Pues, aunque todos juramentan después en el nombre de Dios y con la mano sobre la Biblia, lejos están de tener la intención de honrar a Dios realmente con el cargo que asumen. Otras buenas preguntas serían: ¿cuál es la fuente de los principios para gobernar que proponen? ¿Buscan en realidad la paz, el bienestar, el progreso, la justicia? ¿Tienen una verdadera vocación de servicio? ¿Transmiten una actitud ética? ¿Son sinceros cuando evidencian preocupación por la clase más necesitada y proponen planes de acción social? Y en el Perú además tenemos que preguntarnos ¿Es verdad que tienen un plan de gobierno? ¿De qué tipos de personas se han rodeado? ¿Tienen calidad profesional y experiencia? ¿Están realmente capacitados en las ciencias o disciplinas más elementales para gobernar?
Hace miles de años cuando Dios guió a Moisés a elegir hombres para que ejercieran autoridad sobre el pueblo, éstos deberían tener ciertos requisitos: “Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez”. (Ex 18:21) Resulta interesante descubrir después en Deuteronomio que el pueblo participó en la elección de sus autoridades a pedido de Moisés quien les dijo: “Dadme de entre vosotros de vuestras tribus, varones sabios, entendidos y expertos, para que yo los ponga por vuestros jefes” (Deuteronomio 1:13) Desde el inicio de su vida como nación, fue el pueblo quien tomó la decisión de elegir varones con ciertos atributos y cualidades morales necesarias para ejercer autoridad. Demás está decir que éstos eran además conocedores de la ley de Dios y la respetaban.
Ahora estamos en los tiempos que sin discriminación de sexo, podemos también elegir a hombres y mujeres que nos gobernarán los próximos cinco años, que estarán al frente de la presidencia de la república, y el Congreso. Es una gran responsabilidad, no podemos basarnos en simpatías, ni en apreciaciones subjetivas. Piense que si llegamos al nuevo proceso electoral con el desencanto y la frustración de cinco años atrás no es solamente por la falta de candidatos aptos sino porque la sociedad misma carece de los principios fundamentales para producir hombres y mujeres íntegros, con verdadera vocación de servicio y de excelencia. Como dice el libro de Proverbios 14:34: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta a las naciones”. Y Proverbios 11:3: «La integridad de los rectos los encaminará, pero la perversidad de los transgresores los destruirá.»
La integridad es un principio fundamental en la vida de todo líder y en la sociedad. La falta de integridad puede llevar a la frustración y al desencanto.
El profeta Miqueas va más allá todavía al demandar el hacer justicia, misericordia y humillarse ante Dios: «Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno; y qué pide Jehová de ti, sino hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.» (Miqueas 6:8)
Estos versículos refuerzan la idea de que la sociedad, y especialmente los líderes, deben estar fundamentados en principios sólidos de justicia, integridad, humildad y servicio para generar un verdadero cambio y liderazgo.
Aquí se resalta la justicia, la misericordia y la humildad, principios fundamentales para la vida y el liderazgo. Estos valores deberían estar presentes en aquellos que aspiren a servir al pueblo.
Estemos alertas, preocupémonos en oír, inquirir, discernir, para que no sintamos que nuestro voto “está en blanco”. Oremos porque Dios nos de la lucidez que necesitamos para hacer una elección que contribuya al desarrollo de nuestro país y al bienestar de todos los peruanos.