Artículo | Por Patricia Adrianzén de Vergara
¡Cristo venció a la muerte!
Algunas reflexiones a propósito de la novela Las intermitencias de la muerte de José Saramago y la doctrina de la Resurrección de Jesucristo.
“¿Dónde está muerte tu aguijón, dónde sepulcro tu victoria?” 1 Corintios 15:55
Hoy leí estas palabras en un mensaje de correo electrónico:
“El día de ayer a las 10:30 pm el Señor decidió llevarse a su presencia a mi mamá Mónica, quien después de tener un cáncer que nadie conocía, ni ella misma durante un año; partió sin sufrir ningún dolor, mostrando Dios así su amor hacia ella y hacia nosotros”.
Siempre que recibimos la noticia que alguien muere se produce un impacto en nuestra alma. Más aún si esa persona es un ser querido, alguien a quien conocimos y admiramos. Leer la nota de la muerte de esta mujer, impactó también mi corazón, ella se dedicó en esta vida a servir al Rey de reyes, quien se la llevó finalmente de una manera dulce y tierna como cuentan sus familiares.
Hablar de la muerte nunca será fácil, pues nadie está preparado para morir.
Aunque es nuestro destino, pero no el fin. Como evidencian las palabras y la paz de las personas que escribieron esta nota porque tienen la certeza de la vida eterna.
Hace poco terminé de leer la novela del escritor portugués José Saramago “Las intermitencias de la muerte”. En su ficción el autor imagina un país donde inesperadamente la muerte suspende su trabajo y la gente deja de morir lo cual provoca una gran crisis. ¿Se imagina usted como reaccionaría la gente frente a la perspectiva de una vejez eterna? Pues bien, este hecho en la novela primero desata una euforia colectiva, pero luego el caos y la desesperación. Ya que los hospitales con los enfermos terminales, que no morirán colapsan, igual que los asilos de ancianos y varias empresas que comercializan con la muerte empiezan a quebrar como las funerarias y las compañías de seguros. Se buscarán entonces formas desesperadas de cruzar la frontera para que los que tengan que morir finalmente mueran. Durante siete meses, que duró la tregua de la muerte se fueron acumulando 62,580 moribundos en ese país, y se crea una organización mafiosa que no hace más que revelar nuevamente como el ser humano es capaz de sacar provecho hasta de las situaciones más extremas y dolorosas de su prójimo. Luego de este periodo la muerte decide retornar y cambiar su táctica, ya no dejar de matar, sino enviar una semana antes una nota escrita de su puño y letra anunciando a la persona su muerte irreversible para que tenga tiempo de arreglar sus asuntos. La muerte esperaba así que sus elegidos pudieran solucionar sus problemas, dejar todo en orden, cuentas arregladas no solamente en lo material sino en el área emocional y familiar. Pero este hecho genera un nuevo caos, ya que las personas, lejos de reaccionar como la muerte esperaba, se dedican al desenfreno y a la diversión con el afán de aprovechar las pocas horas de vida que les quedaba y son ahora otros profesionales de la salud, como los psiquiatras y psicólogos quienes empiezan a enriquecerse con las demandas de los nuevos pacientes quienes no hallan la manera de desprenderse por sí mismos del temor de la muerte.
Saramago nos entrega nuevamente una novela bien escrita, amena, entretenida con profundas interrogantes filosóficas, pero desde la perspectiva de su ateísmo, donde Dios sigue siendo el gran ausente o el gran indiferente y dónde lamentablemente no hay una respuesta para la humanidad. Haciendo referencia al mismo pasaje bíblico con el que iniciamos el artículo él escribe:
“Muerte, dónde está tu victoria, sabiendo no obstante que no recibirá respuesta, porque la muerte nunca responde, y no es porque no quiera, es sólo porque no sabe lo que ha de decir delante del mayor dolor humano”.
Saramago se queda contemplando el dolor de la humanidad y no halla respuesta porque Dios y su palabra no están siendo considerados. Y aunque trata un tema universal sobre la existencia y el concepto de lo inevitable no hay esperanza porque Saramago ignora que el apóstol Pablo con esta expresión exaltaba el triunfo de la resurrección de Cristo, mofándose de la muerte, pues Jesús había conquistado para nosotros la vida eterna. Es como dijera: “Hasta ahora hemos sido tus prisioneros, pero ahora se han abierto de par en par las puertas de la cárcel y hemos quedado libres; se acabó tu dominio, se acabaron tus victorias”. Y ésa es la mayor respuesta para la humanidad. Que Cristo venció a la muerte, que podemos tener victoria sobre el aguijón del pecado y que morir para nosotros será ahora pasar a los brazos del Señor.
Cristo venció a la muerte y caminó voluntariamente hacia ella por amor a la humanidad. Leer el evangelio de Juan desde la perspectiva del cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29), del amigo que pone su vida por los que ama (Juan 15:13), del buen pastor que entrega voluntariamente su vida por las ovejas “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida para volverla a tomar, Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:17-18), del Maestro que consuela a sus discípulos antes de partir y les promete una morada junto a él en los cielos: “En la casa de mi padre muchas moradas hay; si así no fuera yo os lo hubiera dicho; voy pues a preparar lugar para vosotros…para que dónde yo estoy vosotros también estéis”. (Juan 14:2,3) y del que finalmente se proclama como “la resurrección y la vida” (Juan 11:25-26) constituye la mejor respuesta a cualquier interrogante acerca de la muerte.
Jesús fue el único ser humano que caminó voluntariamente y concientemente hacia la muerte (Hechos 8:32; Isaías 53:7-11) sabiendo que con su resurrección conquistaría para nosotros la vida eterna. Te animo, querido lector a revisar los pasajes que hemos citado en el párrafo anterior y a leer nuevamente el evangelio de Juan desde esta perspectiva. La muerte de un ser querido siempre será dolorosa, pero finalmente como la familia de Mónica podremos hallar el consuelo en la gracia y el amor de un Dios que nos espera con los brazos abiertos, que preparó un lugar especial junto a él para recibir a nuestros seres amados. Un Dios que resucitó de los muertos como “primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15:20) y que anhela que también podamos proclamar con nuestros labios, la gloriosa verdad que ¡Cristo venció a la muerte!